El paso del tiempo en finanzas, afortunadamente, nos trae algunos ajustes interesantes que, con la distancia, nos permiten entender modelos de aplicación financiera, cuando menos, poco afortunados. La racionalización en la cantidad de productos financieros que nos manejamos es en los últimos años una idea creciente, que, además, tiene su razón de ser. Esto aplicado a las tarjetas cobra aún más relevancia.
No tenemos que echar mucho tiempo atrás la vista para encontrarnos un periodo de tiempo en el que parecía que lo adecuado era disponer de cuantas más tarjetas mejor. De hecho, no era extraño tener tarjetas de crédito para cubrir el crédito de otras tarjetas de crédito. Y no, no es un trabalenguas, es una situación que aquellas personas con una cierta edad, recordarán relativamente fácil.
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Los antecedentes a tener en cuenta
La crisis financiera de la primera década del siglo XXI nos puso en un lugar muy complejo respecto al uso de productos financieros y la aplicación de intereses. Siempre hablamos del impacto sobre las hipotecas, y es cierto, fue un momento tremendo en relación a los préstamos hipotecarios, pero, realmente no lo fue menos en relación a las tarjetas de crédito.
Los límites de morosidad se dispararon de manera alarmante en relación a los créditos dispuestos en tarjetas que luego no podían ser abonados. Tanto fue así que no fueron pocas las refinanciaciones que se hubieron de hacer directamente relacionadas con este tema, es decir, sobre tarjetas de crédito.
Por tanto, con el paso del tiempo y la necesidad, una de las cosas que nos planteamos es si realmente necesitamos tener tantas tarjetas. Y la respuesta es que realmente no. Es cierto que aquí habrá quien opine de manera diferente, pero en general, el uso racional de las tarjetas de crédito y débito, más teniendo cuenta los nuevos métodos de pago a través de dispositivos móviles, es una buena idea que puede permitirnos ahorrar una cantidad importante de intereses y dinero al cabo del año.
Cuántas tarjetas tener
En general, y para un usuario medio, con tres tarjetas bancarias sería suficiente. Desglosadas del siguiente modo:
- Una tarjeta de débito, de uso cotidiano, para pagos contra el saldo en la cuenta
- Tarjeta de crédito, a ser posible con pago aplazado extendido sin intereses, para situaciones imprevistas o pagos aplazados (mejor cuando no aplica e intereses)
- Una tarjeta virtual o prepago para los pagos a través de Internet, siendo esta la que se debería utilizar en todos los casos y siempre contra el saldo que disponga la propia tarjeta en la recarga realizada
A estas tres tarjetas, en todo caso, se pueden añadir tarjetas de descuento y bonificación, sin crédito, pero que permitan el pago a débito contra el saldo y bonificando con descuentos. Por ejemplo, las tarjetas emitidas por grandes superficies comerciales o este tipo de compañías.
También, se pueden añadir tarjetas para obtener bonificación en la recarga de combustible, autopistas, etc.
Lo que no sería muy interesante, salvo para usuarios con necesidades específicas, es añadir más tarjetas de crédito, con mayor volumen de intereses, a las que introducir pagos aplazados de larga duración. Esto al cabo del año supone un coste añadido muy elevado.